Desde hace más de un siglo, los atletas de todos los niveles de rendimiento -amateur, profesional, olímpico- persiguen sustancias biológicas, agentes farmacológicos y procedimientos de dopaje encubiertos para obtener cualquier ventaja en la competición que conduzca a mayores logros. A medida que las actividades atléticas se hacían más competitivas y lucrativas, cualquier mejora adicional en el rendimiento conducía a un mayor reconocimiento individual, mayores recompensas y mayor aclamación, tal vez a nivel mundial. Así pues, se desarrollaron las drogas para mejorar el rendimiento (PED) con el fin de mejorar las cifras de los atletas al aumentar la cognición, la resistencia, la fuerza y la potencia por encima de lo que producían los métodos de entrenamiento tradicionales aceptados. Los químicos y farmacólogos sustituyeron las PED conocidas -que incluían estimulantes, esteroides anabólicos, hormonas de crecimiento, reguladores metabólicos y diuréticos- por potentes sustancias esotéricas derivadas de los avances de la investigación médica contemporánea. Al parecer, los atletas abusan ahora de compuestos que afectan a los orgánulos celulares y a los procesos bioquímicos hasta el nivel de transcripción/traducción nuclear. Sin embargo, todas las sustancias que mejoran el rendimiento también provocan efectos secundarios con posibles consecuencias graves o letales. A los atletas, entrenadores y preparadores físicos les corresponde informarse sobre los riesgos -legales, biológicos y psicológicos- del uso de estas sustancias.