En el siglo I d.C., Nîmes, próspera colonia romana, vio crecer su población hasta los 20.000 habitantes. Al pie del monte Cavalier, la fuente de Nemausus ya no era suficiente para satisfacer las necesidades diarias de agua potable de la ciudad, y mucho menos para abastecer los baños, las fuentes y los numerosos jardines. Se decidió construir un acueducto para canalizar el agua desde el nacimiento del Eure en Uzés hasta Nîmes: 50 kilómetros de canales excavados en la tierra para instalar las tuberías. A lo largo del camino, el río Gardon resultó ser un obstáculo difícil, superado por la construcción del Pont du Gard.
Proyecto de utilidad pública, el Pont du Gard era también una obra de prestigio destinada a mostrar la superioridad de la civilización urbana romana, en su apogeo de poder y prosperidad en la época.
La obra principal duró entre 10 y 15 años, bajo los reinados de Claudio y Nerón, y el Pont du Gard duró menos de cinco años. El acueducto en su totalidad cuenta con varios centenares de metros de túneles, tres cuencas y una veintena de puentes, de los cuales el Pont du Gard sigue siendo el más espectacular.
El acueducto en sí mismo es una obra maestra de la ingeniería, que atestigua la extraordinaria maestría demostrada por los antiguos constructores: la pendiente es de sólo 12 metros para una longitud total de 50 kilómetros, es decir, una pendiente media de 24 cm/km o 0,24 mm/metro.
Estas elocuentes cifras pueden ayudar a apreciar la hazaña técnica llevada a cabo por los ingenieros romanos, que tuvieron que aplicar una inmensa precisión para asegurarse de que el agua fluyera por la fuerza de la gravedad hasta Nîmes.
El acueducto serpenteaba a través de la maleza durante casi 50 kilómetros, sorteando colinas, o atravesándolas en canales subterráneos, y cruzando valles mediante estructuras elevadas.
La construcción del Pont du Gard requirió 21.000 m3 de piedras, rocas calizas extraídas de las canteras romanas cercanas al antiguo emplazamiento. Todos los cimientos, anclados en la base rocosa, le permitieron resistir los asaltos del tiempo y las temibles crecidas del río Gardon, conocidas como las infames gardonnades.
Muchos vestigios del acueducto permanecen en los alrededores. Los senderos señalizados alrededor del Pont du Gard permiten descubrirlos.