Cuando era niño, un buitre se posó sobre Leonardo Da Vinci (1452-1519) le introdujo su cola en la boca y la meneó dentro de ella. Este sueño lo recordó muchos años más tarde el artista del Renacimiento en un breve texto que dejó escrito sobre sus memorias infantiles. Estas breves palabras le sirvieron en 1922 a Sigmund Freud para aplicar su teoría psicosexual a Da Vinci y desarrollarla en la biografía Leonardo Da Vinci. Un recuerdo de infancia, que ahora recupera en español la editorial Navona al cumplirse los 500 años de la muerte del italiano. Para el austriaco, la interpretación de ese sueño era evidente: «Corresponde a la representación de una fellatio, un acto sexual en que el miembro se introduce en la boca de la persona involucrada. Sorprende el carácter pasivo de esa fantasía; se asemeja a ciertos sueños y fantasías de mujeres u homosexuales pasivos (que ocupan el papel femenino en la relación sexual)”, escribió.
Si ya se había especulado con las inclinaciones homosexuales del artista, para el creador de la teoría del psiconanálisis estaba más que claro: Da Vinci fue un homosexual que, además, reprimió su sexualidad durante toda su vida.
Freud convulsionó a la sociedad a comienzos del siglo XX con sus teorías sobre el ello, el yo y el superyó, y sobre las diferentes etapas del ser humano en su crecimiento con particular atención a esa etapa fálica en la que nos desorientamos al descubrir dos tipos de genitales (y los niños observan con, oh sorpresa, que sus madres no tienen lo mismo que ellos). Escribió libros como ‘La interpretación de los sueños’, que en 1899 supuso un fenómeno no sólo para la psicología, y su clínica en su casa de Viena se convirtió en uno de los centros neurálgicos de la efervescencia cultural que vivía la capital austriaca en esa época. No fueron pocos los que pasaron por allí para tratarse y sacudir sus recuerdos infantiles en los que el psicoanalista basaba toda la actitud sexual posterior de sus pacientes.
Freud no dudó en ahondar en la infancia de Leonardo para teorizar por qué fue un hombre que se dedicó con pasión a la investigación
Por supuesto, Da Vinci había fallecido muchos siglos antes, pero Freud no dudó en ahondar en la infancia del artista –con los pocos documentos existentes- para teorizar por qué fue un hombre que se dedicó constantemente a la investigación, casi con una pasión desmedida que llegó a anular su pasión sexual. De hecho, el austriaco destaca que «en una época que presenció la lucha entre una sensualidad desenfrenada y un sombrío ascetismo, Leonardo era un ejemplo de fría declinación de la sexualidad”. Es más, también incide en que mientras que era un genio para todo lo demás, apenas era capaz de retratar un cuerpo femenino desnudo mientras que el dominio sobre el masculino era absoluto.
Madre dominante y ausencia de pene
Freud comienza a tirar del hilo a partir del sueño del buitre. Para empezar, según él, «detrás de esa fantasía no se oculta sino la reminiscencia del amamantamiento —o del ser amamantado— del pecho de la madre”, una actividad gozosa para los bebés de ambos sexos. Además, también recalca que la fantasía de la introducción del miembro en la boca «es muy común entre las mujeres de nuestro tiempo —y entre las de épocas anteriores, como atestiguan las obras de arte—, y parece que pierde el carácter escandaloso cuando se está enamorado”.
El siguiente giro es explicar por qué en el sueño se aparece un buitre y por qué es un sueño en el que la actividad es pasiva –le introducen la cola- y no activa. Freud se detiene en la fábula de los egipcios que representaban a la madre con la imagen de este pájaro, que además le llamaban Mut, por lo que deviene en que el buitre podría ser la madre puesto que en alemán ‘madre’ es ‘Mutter’. Su conclusión es que Leonardo Da Vinci, que había sido hijo ilegítimo de una campesina pobre y un notario, vivió sus primeros años con su madre, y que no fue hasta los cinco años en los que se marchó a la casa de su padre y la legítima esposa de este. Sin embargo, y aquí aparece esa misoginia de Freud que hoy resulta un poco sonrojante, la madre biológica causó una influencia desmedida en la edad –los tres y cuatros años- en la que se forja la conducta del ser humano.
¿Y cómo con todo este batiburrillo explica la homosexualidad del artista? Para Freud, al vivir solo con su madre, en ausencia de padre, «con el posterior descubrimiento de que la mujer no tiene pene, este anhelo se transforma a menudo en su contrario y da lugar a una aversión que en los años de la pubertad puede convertirse en la causa de la impotencia física, la misoginia y la homosexualidad permanente” (…) «transformó el mamar del pecho materno en el hecho de ser amamantado, es decir, en pasividad, y por tanto en una situación de indudable carácter homosexual”. A eso le suma la dominación que la madre tuvo sobre el hijo cuando apenas era un crío.
Detrás de ‘La Gioconda’
Tras dejar clara esta cuestión, el austriaco, para afianzar ese carácter invasivo de la madre, se detiene en ‘La Gioconda’ el cuadro más conocido de Da Vinci, pintado entre 1503 y 1507 cuando ya tenía más de cincuenta años y que al pintor no le acabó de gustar demasiado por lo que no se lo entregó a quien se lo había encargado y se lo llevó consigo a Francia, donde su protector Francisco I lo adquirió para el Louvre.
Así, Freud señala que la sonrisa de la Mona Lisa, una mezcla de «la reserva y la seducción, la devota ternura y la sensualidad que, despiadada y desafiante, devora al hombre como si fuera un extraño”, es un trasunto de la que tenía su madre, a la que Da Vinci no había podido olvidar, pese a vivir con ella solo en su primera infancia. Lo mismo ocurre con las sonrisas de mujeres de otros cuadros como Santa Ana, María y el Niño. «Las mujeres sonrientes no son sino la repetición de Caterina, su madre, y comenzamos a sopesar la posibilidad de que fuera su madre quien poseyera la enigmática sonrisa que él había perdido y que tanto lo fascinó cuando la recuperó en la dama florentina”, escribe el austriaco.
La parte final del libro es un ejercicio especulativo que hoy abriría agrias discusiones y no pasaría demasiados filtros. Freud estima que «la ternura de su madre fue su perdición, determinó su destino y las privaciones que le esperaban. La vehemencia de las caricias a que se refiere la fantasía del buitre era absolutamente lógica; la pobre madre abandonada tenía que hacer confluir en el amor maternal todos sus recuerdos de la ternura disfrutada y las ansias de la futura”. Es decir, que la posible homosexualidad del hijo estaba marcada por el cariño de la madre. Y es más, se permite señalar que su madre, al no tener pareja, «colocó al hijo en el lugar del marido, como hacen todas las madres insatisfechas, y al forjar una madurez precoz de su erotismo le robó una parte de su masculinidad”. Freud sí que se quedó satisfecho con esta frase.
Freud describe a Leonardo como un hombre atormentado que en sus últimos días se reprochó a sí mismo el haber ofendido a Dios
No sólo son estas teorías las que el padre del psicoanálisis desgranó sobre el pintor y su orientación sexual. Algunas son todavía más toscas como cuando le describe como un hombre atormentado, ya que en las últimas horas de su vida se reprochó a sí mismo el haber ofendido a Dios y a los hombres por no haber cumplido con su deber artístico; o como un hombre guapo, «alto y de proporciones armónicas; tenía un rostro de belleza perfecta y una fuerza corporal inusual; de modales encantadores, era un maestro de la elocuencia, alegre y amable con todo el mundo. También amaba la belleza de las cosas que lo rodeaban, vestía ropas suntuosas y apreciaba el refinamiento en la forma de vida”; y hasta como vegetariano puesto que «se negaba a comer carne porque consideraba injusto privar a los animales de sus vidas, y disfrutaba en especial comprando pájaros en el mercado y dejándolos en libertad”.
Todo ello para asentar su teoría de la homosexualidad, que ni siquiera estaba satisfecha, ya que fue un hombre más cercano a la completa falta de sexo: «Sus afectos estaban domados y sometidos a la pulsión investigadora; no amaba ni odiaba, sino que se preguntaba de dónde provenía aquello que debía amar u odiar, qué significaba, y por eso en un primer momento debía de parecer indiferente al bien y el mal, a la belleza y la fealdad. Mientras llevaba a cabo su trabajo investigador, los signos del amor y el odio desaparecían y se transformaban en interés intelectual”.
Dice Freud en las últimas páginas de este libro que no está escrito ni para escandalizar ni para oscurecer al personaje. Que así es la naturaleza y nuestras pulsiones. Es la teoría del austriaco, aunque no estaban ya Da Vinci, que quizá sí pudo ser homosexual, ni sobre todo su madre, para rebatirle.