Mantén las manos abiertas, y todas las arenas del desierto podrán pasar por ellas. Ciérralas, y todo lo que puedes sentir es un poco de arena». ~Taisen Deshimaru
Por Leo Babauta
De muchas maneras, me cierro a la vida en toda su plenitud. Me cierro a los demás, como una forma de autodefensa.
A todos nos pasa. Cuando te dejaste abrir en la primera parte de tu vida, es probable que te hicieras daño de vez en cuando. Ese dolor nos enseñó a cerrarnos de diferentes maneras: no dejar entrar a los demás, utilizar el humor para mantener cierta distancia, herir a los demás antes de que te hieran a ti, retroceder ante cualquier cosa nueva, etc.
Me cierro, y me pierdo el mundo. Me pierdo la vida cuando hago eso.
Y por eso estoy aprendiendo a ser más abierto. Es un proceso lento, pero en muchos pequeños aspectos he aprendido mucho, y ahora soy mucho más abierto que nunca.
¿Qué significa ser abierto? Significa que acepto más la vida sin juzgarla, y soy más feliz venga lo que venga. Significa que juzgo menos a los demás, que critico menos, que acepto más a los demás y que aprendo más sobre su maravillosa particularidad.
Significa que más que nunca estoy experimentando plenamente la vida.
Compartiré un poco sobre cómo llegar a estar abierto a la vida, y a los demás, con la esperanza de que lo encuentres útil.
1. Juzga menos, acepta más. Parece natural juzgar a los demás, pero al hacerlo nos cerramos a la verdad sobre esas personas. Lo mismo ocurre cuando juzgamos todo lo que nos rodea: nos cerramos a descubrir más. Si el juicio es automático, deberíamos salir del piloto automático y ser más conscientes. Cuando nos demos cuenta de que estamos juzgando, hagamos una pausa, busquemos comprender y luego aceptar. Y luego amar, y aliviar el sufrimiento. Deberíamos dejar de lado nuestras expectativas sobre todos los que nos rodean, y sobre el mundo que nos rodea, y aceptar a las personas tal y como son, y verlas como realmente son. ¿Aceptar significa no cambiar nunca las cosas? No, significa que no nos enfadamos, ni nos irritamos, ni nos frustramos cuando las cosas no son como nos gustaría, sino que buscamos aliviar el sufrimiento.
2. Dejar ir las metas. Muchos de vosotros sabéis que he estado experimentando con no tener metas, pero no todo el mundo entiende por qué. Una de las mayores razones es que cuando establecemos una meta, limitamos el abanico de posibilidades, porque estamos estableciendo un destino fijo (la meta). Por ejemplo, si dices: «Quiero correr una maratón en seis meses», entonces centrarás tus acciones en las cosas que se necesitan para llegar a ese destino (el entrenamiento para la maratón). ¿Pero qué pasa si alguien te pide que vayas a hacer surf cuando se supone que debes hacer el entrenamiento para la maratón? ¿O se abre una nueva carrera que no sabías que estaría ahí cuando fijaste tu objetivo de maratón, y es aún mejor? Si sigues obsesionado con tu objetivo, te cerrarás al surf o a la nueva carrera. Este es sólo un ejemplo: es mucho más sutil (y menos claro) cuando los objetivos son laborales, porque las posibilidades son mucho más amplias y variadas. No estoy diciendo que no debas fijarte nunca objetivos (aunque es una posibilidad), sino que debes desarrollar la flexibilidad necesaria para dejarlos pasar en función de las circunstancias cambiantes de cada día, de cada momento.
3. Reconocer los mecanismos de defensa. Los mecanismos de defensa que construimos a lo largo de los años en respuesta a experiencias dolorosas son muchos y variados. Y lo que es más importante, la mayoría de las veces no nos damos cuenta de que están ahí, por lo que son automáticos y, por tanto, poderosos y difíciles de vencer. Así que aprende a reconocerlos. Cuando veas que no haces ciertas cosas, pregúntate por qué. Quizá sea porque has tenido una mala experiencia en el pasado. Cuando te encuentres haciendo daño a la gente, pregúntate por qué. Cuando te encuentres cerrando el paso a personas o experiencias, pregunta por qué.
4. Sé como el cielo. Suzuki Roshi tenía una gran metáfora… el cielo tiene sustancia (gases, polvo, agua), pero está abierto a aceptarlo todo. Este «cielo vacío» permite que otras cosas, como las plantas, crezcan en él. Nuestra mente debería ser como el cielo: aceptar las cosas como son, sin discriminar. Al decir «esto es hermoso, esto no es hermoso», rechazamos algunas cosas. En cambio, podemos estar vacíos. Podemos tratar todo como si fuera parte de nuestra gran familia. Podemos tratar cualquier cosa como si fueran nuestras manos y pies.
5. Vigila tus miedos. Los miedos son la base de nuestros mecanismos automáticos de defensa, y del mismo modo, tienen poder cuando no sabemos que están funcionando, cuando nos acechan en la oscuridad. Los miedos nos cierran a los demás, al mundo, a las experiencias. Vigila tus miedos, aprendiendo a callar, escuchándote hablar en ese silencio. Presta atención a los miedos, ilumínalos, y empezarán a perder su poder. Entonces te liberarás para estar abierto a cosas nuevas, a cualquier cosa.
6. Suelta el control. Nos esforzamos constantemente por tener el control: de los demás, de nosotros mismos, del mundo que nos rodea. Los objetivos, la planificación, la medición de nuestro trabajo, las expectativas y demás: intentamos controlar las cosas de muchas maneras. Por supuesto, sabemos que el control es una ilusión. También es una forma de excluir la mayor parte del mundo: si podemos controlar el mundo y el futuro, estamos fijando el curso de los acontecimientos… y excluyendo otros cursos posibles. ¿Qué ocurre si dejamos de lado ese control? Las posibilidades se abren.
7. Manos abiertas. Camina por el mundo con las manos abiertas. Es una práctica sencilla. Tus manos están abiertas, y están vacías, dispuestas a recibir el mundo y todo lo que venga, tal y como es.
‘Caminar por el filo de una espada,
Correr por una cresta de hielo,
Sin escalones, sin escaleras,
Saltar del acantilado con las manos abiertas.’
~Verso Zen