El amor libre y la indiferencia de la nación ante la infidelidad en la década de 1960
Cuando se trata de relatar las historias de las aventuras extramatrimoniales de John F. Kennedy, es difícil saber por dónde empezar. Los informes de promiscuidad comienzan en la escuela secundaria, e incluyen un primer matrimonio secreto, relaciones con las estrellas de cine Marilyn Monroe y Marlene Dietrich, y aventuras en la Casa Blanca con una becaria, un mensajero, e incluso la secretaria de prensa de su esposa. Aunque la prensa ignoró en gran medida los devaneos de JFK, a éste le preocupaba constantemente que sus infidelidades salieran a la luz y, como primer presidente que utilizó la televisión como herramienta de comunicación de masas, consideraba que las buenas relaciones con los medios de comunicación eran la columna vertebral de una imagen prístina.
Hoy en día es imposible imaginar que la prensa ignore a un presidente que se acuesta con una estrella de cine, pero en la época de Kennedy todavía existía la sensación de que la vida personal de los políticos era privada. Además, la actitud de la nación sobre el sexo estaba cambiando lentamente, avanzando hacia lo que se convertiría en una completa revolución.
Aunque los Beatles no llegaron a Estados Unidos hasta el año siguiente a la muerte de JFK, en 1964, el amor libre ya estaba llegando a la corriente principal. A finales de los años 40 y principios de los 50, los informes Kinsey habían salido a la luz, demostrando que, a pesar de las actitudes conservadoras sobre el sexo, los estadounidenses lo practicaban en abundancia, en formas de las que rara vez se hablaba abiertamente. La masturbación, la homosexualidad y otras prácticas que ahora se consideran ordinarias acababan de abrirse paso en la cultura popular.
¿Pero qué hizo que el presidente más joven jamás elegido fuera tan propenso a hacer trampas? Era simplemente un joven atrapado en una revolución cultural? La historia sugiere que no.
Según el corresponsal de National Geographic, Patrick Kiger, JFK era un «mujeriego compulsivo, cuyo insaciable afán de conquista sexual estaba alimentado por una compleja serie de traumas personales: el llamativo adulterio de su propio padre, la difícil relación con su madre, la ansiedad por sus propios problemas de salud, su roce con la muerte durante la Segunda Guerra Mundial y la muerte a temprana edad de sus hermanos Joe Jr. y Kathleen».
Parece que Kennedy fue un hombre mucho más problemático de lo que la historia quiere recordar. Se le diagnosticó la enfermedad de Addison cuando era un niño, y pasó gran parte de su vida sufriendo, siendo adicto a los analgésicos y luchando contra problemas digestivos crónicos. Al parecer, también padeció varias enfermedades venéreas desagradables a lo largo de su vida, contagiando a su esposa y a varias amantes, y creía que el sexo con mujeres extrañas era lo único que podía curar sus migrañas crónicas.
Kennedy se casó con Jaqueline «Jackie» Bouvier en 1952, y fue elegido senador ese mismo año. Aunque hay pruebas de que Jackie se preocupaba mucho por su marido, con el tiempo adoptó una política de «no preguntar, no decir» con su marido, y optó por pasar gran parte de su tiempo en Virginia con la familia. Cuando JFK se echó atrás en su relación con Marilyn Monroe tras su infame y demasiado sensual interpretación de «Happy Birthday», la estrella supuestamente llamó para confesarse con Jackie, que le dijo que «se mudara a la Casa Blanca y asumiera las responsabilidades de Primera Dama. Yo me mudaré y tú tendrás todos los problemas».
En última instancia, pueden haber sido los devaneos de Kennedy los que le llevaron a la muerte. Como informa Seymour Hersh:
«En septiembre de 1963, mientras retozaba junto a la piscina con una de sus parejas sexuales, JFK se desgarró un músculo de la ingle. Tuvo que llevar un aparato ortopédico rígido desde el hombro hasta la ingle que bloqueaba su cuerpo en una posición vertical rígida. Era mucho más restrictivo que su corsé habitual para la espalda, que seguía llevando. Los dos corsés hicieron imposible que JFK se doblara por reflejo cuando fue alcanzado en el cuello por una bala disparada por Lee Harvey Oswald. El presidente permaneció erguido durante el disparo mortal de Oswald.»
Además, el Servicio Secreto se había hartado del comportamiento imprudente y mujeriego de JFK, y como resultado de su tenso estado de relación, el presidente se negó a que se subieran a sus tablas traseras aquel fatídico día en Dallas. Aunque la época de Kennedy en la historia puede haberle hecho impermeable a las críticas, no había forma de salvarle de sus propias decisiones destructivas.