Sin duda conoces la siguiente frase del ensayo de Ralph Waldo Emerson sobre la autosuficiencia: «Una tonta consistencia es el duende de las mentes pequeñas». En un comentario a mi reciente post sobre la esperanza, Marc Leavitt lo citó en relación con la extraña persistencia de reglas gramaticales y de uso anticuadas e infundadas.
La mayoría de la gente conoce el tipo de reglas gramaticales falsas a las que me refiero: No empezar una frase con una conjunción copulativa; no terminar una frase con una preposición; no dividir los infinitivos. Los mitos de uso son menos conocidos, pero circulan constantemente en los círculos de escritores y entre los que disfrutan coleccionando manías. Por ejemplo: no se puede decir conducir lento o diferente que; diezmar no puede significar destruir la mayor parte; agravar no puede significar irritar; etc.
Las dos últimas -quejas sobre diezmar y agravar- son presa de la falacia etimológica: que una palabra debe o tiene que significar lo que significaba originalmente o hace mucho tiempo, y tal vez en otro idioma por completo. Esta falacia no tiene en cuenta el cambio lingüístico y se basa en la falsa idea de que las palabras no pueden o no deben cambiar de significado.
Estas restricciones no tienen ninguna base en la corrección gramatical y, sin embargo, han sobrevivido durante generaciones, transmitidas de profesor a alumno o de pegajoso a pegajoso. Se les ha llamado «folclore de la clase» (Joseph M. Williams), «los duendes de la señorita Thistlebottom» (Theodore M. Bernstein) y «reglas de los zombis» (Arnold Zwicky).
No tenemos que gustar o usar nuevas palabras y usos. No uso literalmente para intensificar los enunciados figurados, porque debilita su sentido literal -¿y qué otra palabra significa literalmente tan literal? Pero no me rechinan los dientes porque la gente la use de forma imprecisa; la gente ha estado usando literalmente de forma no literal, a veces literalmente, durante siglos. Además, puede ser divertido.
Al crecer, desarrollé una aversión temporal por los datos singulares, pero no me hizo falta mucha investigación y reflexión (y sí, datos) para darme cuenta de que no hay nada inherentemente malo en ellos. Así que me parece bien cualquiera de las dos formas, dependiendo del contexto. Fíjese que hoy en día nadie se queja de la agenda singular o del aguante. Pero, por favor, resiste los criterios singulares por ahora.
La corrección es principalmente una cuestión de convención, y las convenciones cambian. La coherencia debe aplicarse sólo hasta donde la lleve el sentido común. Si queremos hacer justicia a las palabras, a veces es necesario adaptarse a los cambios en su significado y uso, y actualizar nuestras ideas sobre lo que es aceptable, dónde y por qué.
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