LA TEORÍA DE LA PANSEXUALIDAD
Por Peter Boom
El ser humano, por naturaleza debe ser, «pansexual» (del griego, Pan = todo) una persona sexual completa. Todos poseemos varias posibilidades sexuales
generalmente clasificadas como heterosexuales, homosexuales, bisexuales, autoeróticas,
fetichistas, sadomasoquistas, etc. Estas tendencias de nuestra naturaleza pueden aflorar en cualquier momento, según el desarrollo de cada individuo. Los niños
nacen polimorfos; la curiosidad por descubrir les lleva a jugar
con sus madres, tocar sus genitales, masturbarse e investigar sus
excrecencias. Más tarde, a medida que se desarrollan, juegan al «doctor» mientras
exploran los cuerpos y las funciones de sus amigos. Todo esto es perfectamente
natural.
Durante la pubertad su ambivalencia es natural e innegable mientras se adaptan a la vida como adultos. Sólo más tarde su proclividad sexual se vuelve más
cristalizada y definida, aunque el abanico de opciones permanece abierto. Estas
opciones se reprimen parcialmente o se convierten en tabú, según la sociedad
en la que viven.
Hay una tribu en Borneo en la que las mujeres viven con sus hijos en una
gran cabaña, mientras que los hombres viven separados de ellos. En Kenia hay una tribu nómada de gente orgullosa y longeva que tiene la costumbre de emparejar a los chicos de doce años
en un ritual de mezcla de sangre. Estas parejas de varones se mantienen fieles el uno al otro durante toda su vida, vagando juntos y regresando a la tribu una o dos veces al año para procrear con las mujeres. Hay muchos ejemplos, como los Siwans de África, los Sambia de Nueva Guinea, en los que casi todos los varones mantienen relaciones heterosexuales y homosexuales, pero podemos dejarlos para los antropólogos.
El término «pansexualidad» ya existe, pero con un significado diferente al que yo le aplico, indicando el concepto de que el instinto sexual es la base de todo comportamiento humano (Freud).
Es importante no reprimir nada de nuestra pansexualidad y vivirla
libremente, utilizando el sentido común. La represión y la prohibición del instinto natural
crea frustración, lo que a menudo resulta en un comportamiento antisocial y violento.
La sensatez se plasma en la expresión: «¡No hagas a los demás lo que
no quieres que te hagan a ti!».