Explicación de los huracanes, ciclones y tifones

Hace siglos, los exploradores europeos aprendieron la palabra indígena hurakan, que significa espíritus malignos y dioses del tiempo, para describir las tormentas que golpeaban sus barcos en el Caribe. Hoy en día, «huracán» es uno de los tres nombres que reciben las gigantescas tormentas tropicales en espiral con vientos de al menos 119 kilómetros (74 millas) por hora.
Llamados huracanes cuando se desarrollan sobre el Atlántico Norte, el Pacífico Norte central y el Pacífico Norte oriental, estas tormentas giratorias se conocen como ciclones cuando se forman sobre el Pacífico Sur y el Océano Índico, y tifones cuando se desarrollan en el Pacífico Noroccidental.
Sea cual sea el apelativo, los ciclones tropicales pueden aniquilar las zonas costeras y causar un enorme número de víctimas. Según la escala Saffir-Simpson de cinco puntos, basada en la velocidad del viento, los huracanes se consideran importantes cuando alcanzan la categoría 3. Una tormenta de categoría 5 puede provocar vientos de más de 253 kilómetros (157 millas) por hora.
La temporada de huracanes en el Océano Atlántico alcanza su punto álgido entre mediados de agosto y finales de octubre y tiene una media de cinco a seis huracanes al año. Mientras que los ciclones del norte del océano Índico suelen formarse entre abril y diciembre, con un pico de actividad tormentosa entre mayo y noviembre.
¿Cómo se forman los huracanes?
Los huracanes comienzan como perturbaciones tropicales en aguas oceánicas cálidas con temperaturas superficiales de al menos 26,5 grados Celsius (80 grados Farenheit). Estos sistemas de baja presión se alimentan de la energía de los mares cálidos.
Una tormenta con vientos de 61 kilómetros (38 millas) por hora o menos se clasifica como depresión tropical. Se convierte en tormenta tropical -y recibe un nombre, según las convenciones determinadas por la Organización Meteorológica Mundial- cuando sus vientos sostenidos superan los 63 kilómetros (39 millas) por hora.
Los huracanes son enormes motores térmicos que suministran energía a una escala asombrosa. Extraen el calor del aire cálido y húmedo del océano y lo liberan a través de la condensación del vapor de agua en las tormentas eléctricas.
Los huracanes giran alrededor de un centro de baja presión conocido como el ojo. El aire que se hunde hace que esta zona de 32 a 64 kilómetros de ancho sea notoriamente tranquila. Pero el ojo está rodeado por una «pared de ojo» circular que contiene los vientos y la lluvia más fuertes de la tormenta.
Peligros de los huracanes
Los huracanes traen la destrucción a tierra de muchas maneras diferentes. Cuando un huracán toca tierra, suele producir una devastadora marea de tempestad -aguas oceánicas empujadas hacia la costa por el viento- que puede alcanzar los seis metros de altura y desplazarse varios kilómetros tierra adentro.
Las mareas de tempestad y las inundaciones son los dos aspectos más peligrosos de los huracanes, ya que representan tres cuartas partes de las muertes por ciclones tropicales del Atlántico, según un estudio de 2014. Un tercio de las muertes causadas por el huracán Katrina, que tocó tierra frente a la costa de Luisiana en 2005 y mató a unas 1.200 personas, fueron por ahogamiento. El Katrina es también el huracán más costoso del que se tiene constancia, con daños por un total de 125.000 millones de dólares.
Los fuertes vientos de un huracán son destructivos y pueden generar tornados. Las lluvias torrenciales causan más daños a través de las inundaciones y los corrimientos de tierra, que pueden producirse muchos kilómetros tierra adentro.
Aunque se han formado tormentas extremadamente potentes en el Atlántico, los ciclones tropicales más potentes de los que se tiene constancia se han formado en el Pacífico, lo que da a las tormentas más espacio para crecer antes de tocar tierra. El huracán Patricia, que se formó en el Pacífico oriental frente a Guatemala en 2015, tuvo los vientos más fuertes registrados, con 346 kilómetros (215 millas) por hora. La tormenta más fuerte del Atlántico fue Wilma en 2005, con vientos de 294 kilómetros (183 millas) por hora.
La mejor defensa contra un huracán es un pronóstico preciso que dé a la gente tiempo suficiente para apartarse del camino. El Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos emite avisos de huracán para posibles tormentas en un plazo de 48 horas y alertas de huracán para tormentas esperadas en un plazo de 36 horas.
Huracanes y cambio climático
El cambio climático puede estar impulsando un clima extremo más frecuente e intenso, y eso incluye los huracanes. La temporada de huracanes de 2018 fue una de las más activas de las que se tiene constancia, con 22 huracanes importantes en el hemisferio norte en menos de tres meses, y en 2017 también se produjeron tormentas atlánticas gravemente devastadoras. Aunque hay una serie de factores que determinan la fuerza y el impacto de un huracán, las temperaturas más cálidas en ciertos lugares juegan un papel importante. En el Atlántico, el calentamiento del Ártico podría alejar la trayectoria de futuros huracanes hacia el oeste, haciendo más probable que toquen tierra en Estados Unidos.
El huracán Harvey, que dejó caer un récord de 131,6 kilómetros (51,8 pulgadas) de lluvia en el sureste de Texas en 2017, fue alimentado por las aguas superficiales del Golfo de México que estaban 1,11 grados Celsius (2 grados Fahrenheit) más calientes que tres décadas antes. Una atmósfera más cálida también puede proporcionar más vapor de agua para hacer lluvia, ya que la evaporación aumenta y el aire cálido retiene más vapor que el frío.
El calentamiento de las temperaturas también puede ralentizar los ciclones tropicales, lo que puede ser un problema si su progresión sobre la tierra se prolonga, aumentando potencialmente las mareas de tempestad, las precipitaciones y la exposición a vientos fuertes.
Las tendencias potenciales hacen que sea más importante que nunca estar preparados para las próximas tormentas y abordar las causas fundamentales del cambio climático, dicen los científicos.

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